Coliseo |
En el bus, camino del aeropuerto de Barajas, iban nuestras ilusiones. Después de embarcar hacia una experiencia inolvidable ya sabíamos que nunca olvidaríamos aquello.
Plaza San Pedro (cúpula del Vaticano) |
Al día siguiente nos esperaba una jornada agotadora, pero que se convertiría, sin duda, en uno de los días más impresionantes. Descubrir el Coliseo, las Catacumbas, pensar la historia que se escondía bajo nuestros pies, imaginar cómo fue la legendaria Roma, figurarnos, al fin y al cabo, viviendo la Historia.
En esos días nos fuimos empapando de esa Historia (literalmente el tercer día, cuando nos sorprendió la lluvia en el Vaticano, sin impedirnos disfrutar de las mejores vistas). Pero Roma también fue un respiro, un descanso de nuestra rutina habitual. Todo el que va a Roma tiene parada obligatoria en las heladerías, pizzerías y restaurantes típicos que pueblan el centro. Disfrutar de las pequeñas tiendas de recuerdos, los espectáculos callejeros y las grandes superficies de la Via del Corso en la mejor compañía no tiene precio. Una ciudad cultural y variada, en la que no darás dos pasos sin oír hablar más de dos idiomas.
Apenas nos habíamos dado cuenta cuando estábamos de nuevo facturando las maletas, más cargadas que a la ida, en el aeropuerto, y percatándonos que nos llevábamos recuerdos y palabras de toda una experiencia italiana. El tiempo, caprichoso, se nos fue demasiado rápido, pero no se irá igual la huella que dejó en nosotros. Esa es, al igual que la ciudad de Roma, eterna.
María L. y Carmen R. - ECOSENRED@DOS
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